El primer viaje de François Hollande al ser elegido presidente en 2012 fue a Alemania. Al avión de Hollande, entonces esperanza de la maltrecha socialdemocracia europea -el ejemplo más claro de esa crisis fue el Pasok griego, pero ahí está el PSOE como caso más cercano-, le cayó un rayo. Literal. Llegué a pensar que era una venganza griega, ira de Zeus mediante, por el ejercicio de pleitesía a la austeridad. Ahora creo que fue una metáfora de la grave herida de una socialdemocracia azotada por sus propias contradicciones ante los efectos de la brutal crisis económica, lo que se ha traducido en parte en una sangría de votos bien hacia partidos más a la izquierda, bien hacia siglas populistas y de extrema derecha. Tras la renuncia de Hollande y la inmolación de Matteo Renzi en Italia, con la incógnita del modelo de discurso de Jeremy Corbyn en un Reino Unido en pleno Brexit y el SPD alemán en la fórmula de grosse koalition con Angela Merkel, prácticamente sólo la socialdemocracia lusa resiste en el poder. Manuel Valls intenta tomar el liderazgo de la izquierda francesa, defenestrado en los oráculos frente a François Fillon y Marine Le Pen. Escribía Pablo Echenique en Twitter: “La socialdemocracia grita populismo ante el descalabro de Renzi y esa es la prueba definitiva de que ni pueden ni quieren entender nada”.
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