Pasada un poco la impresión del primer momento -y ha sido honda-, quizá convendría preguntarnos ¿por qué? No tanto perdernos en despreciar a quienes han votado a Donald Trump, entre quienes habrá listos y tontos, cabreados o interesados, negros y blancos, hombres y mujeres... No tanto dedicarnos a cuestionar el resultado de unas elecciones democráticas porque su resultado no nos gusta -peligroso argumento éste-. Por qué un tipo como Trump va a ser presidente de la primera potencial mundial y de uno de los grandes modelos de democracia. Que quizá tenga mucho que ver con las causas por las que en Europa triunfan personajes como Marine Le Pen o Nigel Farage o tantos otros líderes de partidos con tintes populista-xenófobos de ultraderecha. Por qué triunfa el discurso del miedo, el de levantar muros. Por qué se vota contra algo. Por qué el sistema está desacreditado. O quizá la pregunta sea otra. Lo decía el profesor de American History X: “Culpaba a todo y a todos por el dolor, el sufrimiento y las maldades que me pasaban, que veía que le pasaban a mi pueblo. Culpaba a todos, culpaba a los blancos, a la sociedad, culpaba a Dios. No encontraba respuestas porque hacía las preguntas equivocadas. Hay que hacer las preguntas correctas. ¿Algo de lo que has hecho ha mejorado tu vida?”.
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