La detención la pasada madrugada en Azkaine (Lapurdi) de Mikel Irastorza, considerado por la Policía como el último jefe de ETA supone, de ser cierta su responsabilidad, un golpe duro para la organización armada, que se encuentra en un momento muy delicado al no haber sido capaz de abordar su desarme efectivo y su disolución cinco años después de haber declarado el fin de su actividad violenta. Se trataría, por tanto, del enésimo golpe a ETA, del enésimo descabezamiento de su cúpula. Pero, ¿se trata realmente del “último” jefe de ETA? El arresto de Mikel Irastorza, junto a la pareja que le daba cobijo en su casa, se produce poco más de un año después de la detención de los hasta entonces considerados cabecillas de la organización, David Pla e Iratxe Sorzabal, en septiembre de 2015. Pla era entonces uno de los interlocutores de ETA, responsable, en cierta medida, del fin del terrorismo y persona clave para los pasos que la banda armada pudiera dar hacia el desarme y la disolución. Irastorza, teóricamente, sería su sucesor en estas labores, que aún quedan pendientes por parte de ETA. Asimismo, esta operación tiene lugar tres semanas después del hallazgo de un zulo con diversas armas. Tampoco puede pasar inadvertido -al contrario, es subrayable porque tiene una lectura eminentemente política- que esta detención se ha desarrollado poco más de doce horas después de la toma de posesión del nuevo ministro del Interior del Gobierno español, Juan Ignacio Zoido, que se apresuró -en evidente sintonía y en línea claramente continuista con su antecesor, Jorge Fernández Díaz- a destacar que la detención era “la respuesta” de la Guardia Civil a los cambios de personas dentro de ETA. Cada día que pasa sin que tenga lugar el desarme efectivo de ETA y su fin ordenado es tiempo perdido, sobre todo para la propia organización, ya que esta nueva operación, junto con las anteriores, es una prueba clara de que los Estados español y francés van a continuar con su estrategia de detenciones e incautaciones, incluso de supuestos interlocutores. ETA debe ser plenamente consciente de ello y debe abordar de manera unilateral el proceso que lleve a su desaparición definitiva, tal y como le exige la sociedad vasca desde hace tiempo y para ello dispone de la propuesta del Gobierno Vasco para el final ordenado de la violencia, que debería aceptar cuanto antes. Todo lo demás es jugar con fuego.