La jornada de huelga y movilización contra la LOMCE que tuvo lugar ayer en todo el Estado fue un éxito rotundo. Los mimbres eran más que suficientes y el consenso general contra la ley educativa del PP que reúne al sector, desde los docentes y los sindicatos en los que se agrupan, hasta las asociaciones de padres y madres, pasando por las de estudiantes, ya permitían presagiar que así sería. La LOMCE fue una norma impuesta desde un diseño ideológico, a espaldas del sector, sus profesionales y las necesidades reales del mismo. Cargada de prejuicios y orientada por una vocación de control de las estructuras educativas, desde sus contenidos a su funcionamiento, la gestión del ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, tras la salida de José Ignacio Wert, ha sido incapaz de apaciguar la contestación social e institucional y de abrir un diálogo que permita limar sus excesos intrusivos en materia de competencias ni la incertidumbre que se ha instalado entre los profesionales y los estudiantes sobre la aplicación de la misma. En consecuencia, la legitimidad de la movilización de ayer está fuera de toda duda. En el caso de Euskadi no es menos legítimo mostrar en la calle y en las aulas el rechazo a la norma mediante una huelga. Sin embargo, habría reforzado esa legitimidad una clarificación de las demandas por las que se producía la movilización y no convertirla en un totum revolutum de argumentos. A tenor de las distintas convocatorias que se sucedieron para sacar a la calle a miles de adolescentes vascos bajo el paraguas de su rechazo al sistema de reválidas de la Lomce, está por acreditar hasta qué punto conocían sus otros objetivos. Porque, según sus diferentes convocantes, ayer se buscaba además rechazar el proyecto Heziberri del Gobierno Vasco -que a diferencia de la LOMCE sí ha contado con la participación y aportaciones de representantes de los colectivos del sector-, denunciar la opresión del Estado español en la educación vasca o reivindicar mejoras salariales para colectivos de la educación. Todos estos argumentos y otros amalgamados en el discurso de la protesta -muy legítimos todos si se ofrecen de modo claro y dirigido a los colectivos que tienen el conocimiento preciso-, se vincularon ayer a la movilización de los estudiantes vascos no familiarizados con ellos. Eso sí es cuestionable.