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Seúl 88

Tenía 11 años. Juegos Olímpicos de Seúl. Mi padre y yo pusimos el despertador aquella madrugada para ver la final de los 100 metros. Duelo de títanes, el enorme Carl Lewis, el hijo del viento, frente a Ben Johnson. Allí estábamos, enchufados a la tele para asistir a un fulminante 9.79 de carrera. Joder. 9.79. Impresionante. Y nos volvimos a dormir con la sensación de haber archivado en el disco duro uno de esos momentos históricos. Luego, unos días más tarde, descubrimos que histórico iba a ser, sí, el fraude. Y lo he recordado al leer sobre el sistema al parecer institucionalizado en Rusia para hacer desaparecer casos positivos de dopaje entre sus deportistas, con participación incluida de la sucesora del KGB para darle glamour y estilo al asunto. En el imperio de Vladímir Putin, ex KGB por cierto y exhibicionista experto en artes marciales, todo parece posible. Claro que lo de las trampillas es transnacional y multicolor: ahí está la esposa de Donald Trump, protagonista en el primer día de la Convención Republicana por plagiar parte del discurso de... ¡Michelle Obama! Lo que sin duda, entre otras cosas, demuestra el gran compromiso ideológico de unas palabras perfectamente intercambiables entre partidos adversarios: ¿las pronunciará también Bill Clinton? Al menos esta vez no madrugué para verlo.