no hace tanto que la selección vasca de fútbol se agitó con el debate sobre su denominación -selección de Euskadi, de Euskal Herria, Euskal selekzioa...- y con la exigencia por los jugadores, al menos de parte de ellos, para ir más allá de los partidos navideños anuales con los que nuestra selección ha venido reivindicando una oficialidad que le niega el Estado español y no la realidad de la reglamentación de los organismos internacionales. Hoy, pese a aquellos debates, en el estadio Ange Casanova de Ajaccio, la tricolor disputa frente al combinado de otra nación que busca su reconocimiento, Córcega, el tercer partido fuera del Estado -tras los disputados en Venezuela (2007) y Estonia (2011)- desde que en 1979 se retomara la historia de aquella Euzkadi de los Cilaurren, Muguerza, Regueiro, Iraragorri, Gorostiza... que asombró a Europa en 1937 y 1938 y en América a continuación. Y lo hace con dificultad, como si el compromiso de los Iribar, Kortabarria, Alexanco, Villar, Satrustegi, Dani, Argote, Rojo... al vestir la camiseta verde tras la dictadura se hubiese diluido un tanto entre deberes y contratos profesionales y sus consecuencias para los jugadores. Dificultad, en primer lugar, para encontrar rivales de primer nivel con los que contrastar el de nuestra selección, fuera de duda. Este año especialmente por la inminencia de la Eurocopa y la Copa América, pero siempre por los impedimentos que oponen los organismos españoles aferrados a la estatalidad del deporte, también por la débil capacidad del fútbol vasco para organizar y organizarse a ese nivel, el de la élite, lo que es urgente corregir. Y, por cierto, no ayuda a hacerlo el descarte del que ha sido el nombre más reconocido histórica e internacionalmente de nuestra selección. Dificultad también, sin embargo, por el a veces dubitativo compromiso y aporte de los clubes para con nuestro combinado nacional, cuya convocatoria parecen considerar en ocasiones más obligación que dignidad deportiva. Dificultad, por qué no decirlo, al influir todo ello en el compromiso de unos jugadores que soportan los rigores de temporadas cada vez más exigentes y cuya implicación, sin embargo, también hay que decirlo, aumentaría si los rivales de la tricolor fuesen las mejores selecciones del mundo. Y es responsabilidad de todos (y cada uno de) ellos salir de esa espiral de dificultades que dilata una reivindicación que hace casi 80 años echó a correr tras un balón.