La decisión de que, tras el Comité Federal que aprobó ayer definitivamente las listas para el Congreso y el Senado del PSOE, fuera Susana Díaz la que presentara a Pedro Sánchez como candidato a la Presidencia del Gobierno con el fin de ofrecer una imagen de unidad de cara a las elecciones del 26 de junio confirma la vieja locución latina excusatio non petita, accusatio manifesta: esa unidad está en entredicho en las filas socialistas, sobresaltadas por la confluencia de Podemos e IU y temerosas de un pésimo resultado el 26-J. No se trata solo de que Sánchez no lograra asentarse en el liderazgo a pesar de tenerlo a su alcance antes de suscribir el pacto con Ciudadanos tras el 20-D, ni de que la tóxica oferta de Pablo Iglesias para el Senado haya abierto ahora aún más grietas internas, sino del hecho de que esas grietas ya existían y la convocatoria de nuevas elecciones las ha ampliado. No son, en ese sentido, nada casuales las ausencias el viernes en la reunión de los denominados barones del partido de los líderes regionales en Valencia (Ximo Puig), Extremadura (Fernández Vara), Baleares (Francina Armengol) y Catalunya (Miquel Iceta), precisamente cuatro de las federaciones más alejadas de Sánchez y en tres de cuyas candidaturas se han producido algunos de los cambios aprobados por la Comisión Federal de Listas del PSOE. En el Comité de ayer, otra ausencia significativa, la de Eduardo Madina. Tampoco es casual el recurso a incluir a figuras de conocido recorrido, como Borrell o Margarita Robles, en ellas. Porque si el resultado de noventa escaños de hace casi cinco meses fue el peor de la historia moderna del socialismo en unas generales, en el seno del PSOE parece asentado el desánimo ante la posibilidad, nada utópica, de que por primera vez otro partido o coalición le arrebate la teórica representación de la izquierda y bien el liderazgo en la formación de Gobierno o el liderazgo de la oposición, posibilidades ambas que situarían al socialismo ante una obligada y cainita lucha por su secretaría general en el próximo congreso y una ardua y prolongada travesía del desierto durante al menos toda una legislatura. No en vano, el simple traslado matemático de los resultados del pasado 20-D al próximo 26-J daría a las confluencias de Podemos e IU un total de 85 diputados por los 71 de entonces -los catorce escaños que se decidieron por menos de 3.000 votos- y restaría un mínimo de dos a la candidatura que encabeza Sánchez.