Suena el tono de llamada. Espero. Sigue sonando. Sigue sonando. Sigo esperando. Alguien descuelga al otro lado. Ooooye, ¿eres tú, no?, le pregunto. Sí, hombre, quién iba a ser. He visto que me llamabas, pero estaba cerrando unas cosillas con la secretaria y no te podía coger. Bueno, ¿qué quieres?, ¿qué pasa? Pues mira, le respondo, no sé como decirte esto sin que suene raro, pero sé que andas buscando locales para instalar parte de los servicios municipales de la ciudad, que no te caben en los que ya alquila el Ayuntamiento... Para, para, para. No sé qué estarás pensando, pero este tema no pasa directamente por mis manos, a menos que un buen amigo quiera que así ocurra. Me callo unos segundos. ¿Qué habrá querido decir? ¿Que me considera un buen amigo de verdad? Eso me ha parecido desde siempre, tantas cenas, tantas cosillas juntos... ¿Te refieres a un buen amigo como yo?, le pregunto. Pues claaaaro, claro que sí. Y ya sé, que ya lo sé, sí, que has comprado unos locales. Mira, vamos al grano. Ya me has dicho por qué me llamas, así que lo comido por lo servido, ¿te parece? Pues me parece muy bien, le respondo. Dos segundos de silencio. ¿Y cómo lo arreglamos?, le pregunto. Déjalo en mis manos, no te preocupes, que todo va a salir bien. Oye, pues gracias, le digo. Y cuelgo.