Le ha pasado a Abel Azcona en Pamplona (ya veremos qué recorrido tiene el tema en los juzgados) y le ha sucedido a Wismichu en el Teatro Campos de Bilbao. A ambos, desde posiciones ideológicas radicalmente distintas, les han atacado hasta ponerles ante la Justicia en el primer caso y suspender su actuación en el segundo. La derecha ultracatólica y la izquierda abertzale. ¿Las razones? En ambos casos la misma, la ofensa de quien crea o hace. La libertad de expresión es algo muy particular. Nos gusta, y la defendemos a ultranza, cuando quien es atacado por abrir la boca dice lo que nosotros pensamos y, sobre todo, ofende a quien nosotros despreciamos. Entonces sí, salimos como un solo hombre o mujer y nos ponemos a protestar, a reclamar derechos, a hablar de censura y todas esas cosas. Pero cuando quien reclama esa misma circunstancia, lo hace con un discurso que rechazamos o que nos escama, entonces no hay libertad ni derechos que valgan. De eso, tampoco hay que negarlo, se sirven algunos (creadores incluidos) que hace tiempo aprendieron que viven mejor del postureo que de hacer algo productivo con su vida. Pero algo estamos haciendo mal si nuestra única respuesta a lo que no nos gusta es la prohibición. La libertad a que nos jodan también existe.