la vida te va curtiendo, las experiencias se acumulan, las situaciones se suceden, muchas de ellas se repiten, y cada vez queda menos margen para la sorpresa y el asombro. A lo largo de los años lees libros y periódicos, estudias, viajas, aprendes y desaprendes, ves películas, la tele, oyes la radio, tratas con todo tipo de gente, chocas, negocias, te decepcionas, simpatizas, empatizas, odias, te emocionas y, los que tienen suerte, hasta aman alguna vez. Seguramente las opiniones van matizándose, incluso cambian drásticamente en algunos aspectos. Tu visión del mundo muta en función de los diferentes prismas a los que te ves sometido. No tengo claro si cambian las cosas o tu actitud hacia ellas. A veces te sientes demasiado prudente, a veces demasiado osado. Te arrepientes de lo dicho o hecho y no hay más remedio que avergonzarse ocasionalmente, aunque sea íntimamente, de ti mismo o de los demás. Sin embargo, por mucho que avances y tu ánimo se torne escéptico, siempre quedan pendientes episodios que vuelven a descolocarte. Del todo. La crueldad humana que sufren los refugiados a cuatro pasos de Vitoria o la actitud de algunas personas maltratando y humillando a indigentes en la Plaza Mayor de Madrid, a un paso de aquí, no me las esperaba. En absoluto, para nada.