seguimos bloqueados por el doble juego que preside todos y cada uno de los movimientos de los partidos políticos desde que la sociedad decidió fragmentar el Congreso el pasado y ya lejano 20 de diciembre. El primero en apostar por nuevas elecciones fue el PP de Rajoy, renunciando a negociar con los demás para presentarse después ante el pueblo como el único garante de la estabilidad y la recuperación económica. Cogió el relevo Pedro Sánchez, pese a los reparos de buena parte del PSOE. En este caso quería salvar su pellejo tras unos resultados pésimos alzándose como el adalid del cambio. De eso se dio cuenta inmediatamente Pablo Iglesias quien, para no quedarse fuera de juego a las primeras de cambio, aceptó sumarse al carro de Sánchez exigiéndole, eso sí, una serie de requerimientos muy difíciles de aceptar que, o bien le permitían gobernar desde la vicepresidencia, o bien demostrarían que el PSOE sigue siendo casta incapaz de liderar los nuevos tiempos. Y luego queda Rivera, que se ha trabajado el papel de posibilista capaz de tender puentes tanto por la izquierda como por la derecha. Todos hablando sin negociar en serio con el foco puesto en nuevos comicios, su bala en la recámara. Igual, lo mejor sería obligarles a pactar sin dar pie a la repetición de elecciones. Para eso se les paga, ¿no?