no es la primera vez que escribo de esto. Supongo que estoy mediatizado por tener hijos adolescentes, o sea, que van en bici a todas partes. Comprendo a las personas, generalmente mayores, que se asustan ante un kamikaze sobre dos ruedas, pero entiéndanme que yo me aterrorice aún más ante la posibilidad de que mis hijos compartan vía con vehículos de cuatro potentes ruedas rodeadas de pintura y dura chapa. El dividir las calzadas en dos para delimitar el espacio a las bicis no ha hecho sino ralentizar la circulación de los coches. Bueno, admisible si los conductores nos armamos de paciencia y nos resignamos. Pero lo cierto es que veo muchos carriles vacíos y casi ningún ciclista por las carreteras. Los txirrindularis urbanitas, en su mayoría niños y jóvenes, siguen siendo mentalmente peatones y, por tanto, se resisten al asfalto. Además, que yo sepa nadie les ha instruido, al menos suficientemente, sobre las normas de circulación. Ese es otro hándicap que dificulta su adaptación y que les empuja irremisiblemente hacia las aceras. Yo apuesto por relajar las reglas y apostar por la convivencia amable y la tolerancia. Demasiada norma no hace sino exaltar los ánimos de los estrictos contra los rebeldes. Les pido buen tono y un poco de comprensión.