Atodos nos gustaría que a nuestros padres o abuelos, si necesitaran de cuidados especiales lejos de sus respectivos hogares, les sirvieran la mejor comida posible allí donde estuviesen ingresados, ya fuera un hospital o una residencia (públicos, siempre; no contemplo en esta reflexión el factor privado); que los alimentos fueran elaborados en el día, con productos frescos y de temporada: un menú, en resumen, acorde a su edad y a sus necesidades. No creo que, como hijos o nietos, nos gustara que esa residencia u hospital contratara un servicio de comida ajeno al personal que la elaboraría en las propias instalaciones, cuya cercanía permitiría un contacto más directo con esos responsables de cocinar los diferentes menús (baste este paréntesis para recordar la horrible experiencia vivida no muy lejos, en un hospital público de Navarra, con el servicio externalizado de cocinas). Si todo esto les parece de sentido común -que nuestros mayores que necesitan cuidados lejos del hogar sean bien alimentados-, no comprendo por qué nuestros hijos, la niñez vasca toda, objeto de mil preocupaciones de próceres cercanos y lejanos, tienen que comer alimentos no elaborados en el mismo colegio o en una cocina común y haya que pagar a una empresa por ello; o a ocho que además, al parecer, nos engañan.
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