No tengo claro si las redes sociales y el anonimato del que muchos se sirven anima ese sentimiento. O que estamos en un momento de cambio que produce vértigo. No sé si los medios contribuimos, si es el miedo al otro, si es nuestra alma de cotillas llevada al extremo o simplemente que nos pica el orto... pero estamos tensos y montamos un cisma por cualquier cosa. Da igual, somos capaces de aprovechar cualquier suceso, noticia o simple anécdota para arrimar el ascua a nuestra sardina y establecer bien clara la línea que separa a los nuestros, y por lo tanto los buenos, de los otros, de esa basura inmunda que como mucho merece nuestro desprecio más absoluto. No nos cortamos, además, a la hora de dictar sentencia como si no hubiera más verdad que la que emana de nuestras tablas de los mandamientos, convertidos en parte, juez y procurador, que son esos grandes olvidados. Sea el traje de una presentadora, una agresión en la calle cometida por personas de una nacionalidad u otra, la obra de un grupo de teatro, la lactancia de un bebé, la situación de un equipo de fútbol al que esperan sus aficionados a las dos de la madrugada... Estamos tensos porque nos creemos los más listos de la clase. Yo, vaya por delante, siempre he pensado que soy muy tonto.