El cruce de declaraciones entre el candidato y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, y la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, al tiempo secretaria general del PSOE andaluz, la federación más potente del partido, al respecto de los posibles acuerdos de gobernabilidad tras los intrincados resultados elecciones del 20-D va más allá de confirmar las tensiones evidentes entre ambos desde antes de que Sánchez se hiciera, en teoría, con las riendas del socialismo español. También excede la posibilidad de que la segunda se haya limitado desde entonces a esperar al fin del ciclo del primero para aumentar su ya relevante papel en el control del partido socialista a nivel estatal. Aunque de todo eso haya, en realidad, además de sus intereses y servidumbres políticas correspondientes, Sánchez y Díaz escenifican -lo que no significa que representen realmente- dos corrientes que ya disputaron tras el telón del teatro Jean Vilar en el que en octubre de 1974 se celebró el Congreso de Suresnes con el resultado de que a partir de entonces, de la segunda mitad de los años 70, el PSOE abandonara la que había sido una de sus tradicionales reivindicaciones, el derecho de autodeterminación de los pueblos, para abrazar el jacobinismo de la unidad del Estado como parte de la estrategia que llevaría cuatro años más tarde, en diciembre de 1982, a Felipe González al gobierno español. O, si se prefiere, personalizan la presión de las estructuras de poder del partido, lo que mediáticamente se ha dado en llamar los barones, acomodadas al actual statu quo institucional del Estado, frente a buena parte de las bases socialistas y su recuerdo de los principios ideológicos fundamentales del PSOE. Y si PP y C’s se dirigen a los primeros con su envenenada apelación a la estabilidad (el mantenimiento del statu quo al fin y al cabo), a los segundos se dirige la oferta de acuerdo de Podemos, nada desinteresada por cuanto Pablo Iglesias considera, posiblemente con base suficiente, que una negativa socialista a un gobierno de izquierdas le permitiría aumentar en una muy probable repetición electoral el número de votos que ya pesó el 20-D en el caladero del PSOE, lo que llevaría posiblemente a la formación de los círculos a liderar la izquierda estatal y convertirse en verdadera alternativa de poder al PP.