la presencia de Euskadi en la Cumbre del Clima de París (COP21), con la participación ayer de la consejera Ana Oregi, que estos días ha estado acompañada por el lehendakari Iñigo Urkullu y cinco alcaldes -el gasteiztarra Gorka Urtaran entre ellos- en el encuentro de representantes subestatales, ha permitido mostrar al mundo el modelo vasco, que ha logrado reducir sus emisiones en un 25% en la última década. No se trata de una jactancia. Nuestro país está entre aquellas regiones que -según el meteorólogo Klaus Hasselman, ex director del Instituto Max Planck y uno de los primeros en atribuir el calentamiento a la actividad humana- “pueden servir de ejemplo a otros países toda vez que han conseguido reducir las emisiones de CO2 mientras experimentaban un crecimiento económico y desarrollaban un estilo de vida”. Admitido el cambio climático, y cuando todavía el 85% de la energía proviene de los combustibles fósiles, hace falta ahora, ya en esta misma cumbre de París, dar una respuesta que pasa por decisiones políticas. Sin embargo, estas medidas están necesitadas de una concienciación social previa, dado que hay sectores que temen el cambio de paradigma socioeconómico que exige la lucha contra el cambio climático. Y se requiere que estas políticas también sean capaces de mitigar esos efectos que todavía se temen. Pues bien, algo de eso ya se ha recorrido en Euskadi -particularmente en Vitoria-Gasteiz, que aprovechó el título de la Green Capital no sólo como sello de marketing, sino también para avanzar notablemente en determinados hábitos urbanos- tanto en la concienciación social como en la transformación, todavía incipiente pero sólida, de los métodos de producción. La progresiva sustitución del petróleo y el carbón por el gas natural ha sido un paso previo al desarrollo de las tecnologías de las energías renovables y de captura y almacenamiento de carbono, que deben constituir los principales ejes para afrontar el calentamiento del planeta. También en este ámbito, la ciencia ha ido más rápido que la política en la transición hacia un sistema energético sostenible, que Euskadi ya inició en su primera fase con esa apuesta por el gas natural. Las administraciones más cercanas al ciudadano han sido, en definitiva, las que mejor han gestionado políticas y tecnologías que minimizan la agresión humana al medio ambiente.