Hace unas semanas recibí la carta de Osakidetza que anima a los mayores de 50 años a realizarse la prueba del cáncer colorrectal. En el sobre, el adminículo depositario y un folleto explicativo profusamente ilustrado. Conocía para entonces las consecuencias de un positivo en esta prueba de mierda, que es lo que es, sin ofender. El colega Tiko ya me había contado su colonoscopia decenas de veces con la precisión de un profesional. Mi mujer recibió la carta al mismo tiempo, pero por desidia tardamos un par de días en acercar los adminículos al cuarto de baño, zona de operaciones. Pinky logró muestra a la primera. Yo no fui tan afortunado. Memoricé los dibujos, los pasos a seguir, pero no coloqué correctamente el papel higiénico, o no lo coloqué, y el objeto de estudio huyó hacia el agua, donde ya deja de serlo, según reza el folleto. No haré hincapié sobre la singular postura que hay que adoptar sobre la taza, una monta inversa: amenazas la taza, te enfrentas a ella, mirándola a la cara, pero totalmente desnudo de cintura para abajo, lo que resta gallardía a la estampa. A la segunda obtuve la muestra de mis desvelos. La prueba posterior a la que se sometió Tiko salió bien, pero no ha servido para que deje de contarla. Compruebo que ya me ha contagiado.
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