Los resultados de las elecciones celebradas ayer en Catalunya permiten vislumbrar muy pocas cosas con certeza, ya que los interrogantes siguen siendo bastantes más que las respuestas. Pero si algo ha quedado claro tras el abrumador pronunciamiento de los ciudadanos -con una participación histórica- es que Catalunya abre a partir de ahora una nueva etapa en la que el final del recorrido estará únicamente fijado y limitado por la decisión libre y democrática de los catalanes. El claro triunfo de la candidatura soberanista Junts pel Sí, en la que están encuadrados Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) de Artur Mas y Esquerra Republicana (ERC) de Oriol Junqueras tiene varios matices que sus responsables deben ponderar. En primer lugar, consiguen una mayoría cómoda, a mucha distancia de la segunda fuerza, Ciutadans, sin duda el partido que ha conseguido aglutinar el voto más netamente antiindependentista. Sin embargo, están lejos de la mayoría absoluta, que solo alcanzarían con el apoyo de la CUP, a su vez la fuerza que ha salido más reforzada dentro del bloque soberanista y que ha hecho bandera de su oposición a que Artur Mas sea president. Junts pel Sí, además, no ha conseguido rentabilizar la unión de CDC y ERC en una sola candidatura , ya que, incluso con una participación histórica, ha perdido escaños e incluso votos si se sumasen los resultados de ambos partidos en las pasadas elecciones de 2012. La suma, en este caso, ha restado. Asimismo, todas las fuerzas independentistas no han podido tampoco alcanzar la mayoría de los votos en las urnas. En este sentido, puede decirse que el independentismo ha ganado claramente las elecciones, aunque se ha dejado apoyos por el camino, pero no lo ha conseguido en la parte plebiscitaria de los comicios. Con todo, los resultados deben llamar a la reflexión general. Es evidente que Catalunya está pidiendo de forma mayoritaria la apertura de un proceso en el que, desde el respeto y la lealtad, se aborde su estatus con capacidad de decisión plena para sus ciudadanos. Es la hora de la política en toda su dimensión. La hora del diálogo, la negociación y el acuerdo, primero en la propia Catalunya y después, con el Gobierno que salga de las próximas elecciones generales. Para ello, el Estado debe oír el clamor catalán, abrir el cauce para su expresión en un referéndum legal y pactado y respetar su decisión.