El Papa Francisco culmina hoy en La Habana un viaje histórico, un adjetivo que en este caso resulta acertado por mucho que parezca tan desgastado. Es histórico no únicamente porque el Pontífice visite Cuba, un país en el que la religión ha estado prácticamente proscrita durante décadas y ahora simplemente se tolera, sino también -y aquí está el matiz principal- porque esta tarde se dirigirá a Estados Unidos -país que acaba de restablecer relaciones con la isla que preside Raúl Castro-, donde le aguarda una intensa agenda, incluido el recibimiento de mañana en la Casa Blanca por Barack Obama. Bergoglio no es el primer pontífice que aterriza en la Cuba de los Castro y de la Revolución. En 1998 fue Juan Pablo II quien trasladó su mensaje aperturista al mismo Fidel Castro. Posteriormente, hace apenas tres años, Benedicto XVI -ya con Raúl Castro- fue más beligerante en la defensa de la libertad en el país caribeño y también criticó el embargo a la isla. “Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba para que este pueblo pueda mirar al futuro con esperanza”, fue uno de los grandes mensajes que lanzó Juan Pablo II hace casi 17 años. En este tiempo, las cosas han ido poco a poco evolucionando, como gusta decir en la isla. Y en ello la Iglesia católica y el propio Francisco han tenido mucho que ver, puesto que han jugado un papel fundamental en el restablecimiento del diálogo entre Cuba y EEUU para que el proceso de acercamiento terminase fructificando en la recuperación de las relaciones entre ambos países. Y es aquí donde hay que situar la importancia del viaje del Papa, que como buen pontífice -término que proviene de puente- se sitúa entre ambos países como nexo de unión y reconciliación. Obviamente, los mensajes de Bergoglio en Cuba y EEUU son examinados con lupa. Los dos países tienen deberes pendientes todavía -internos y externos- y a buen seguro el Papa les hace llegar su recado, aunque en los primeros días en la isla prefirió mantener un perfil bajo. En Cuba se esperaba con ansiedad un alegato contra el embargo, aunque la oposición al régimen castrista demandaba también un gesto en su favor y la Iglesia local desea, ante todo, libertad para actuar. Es en Estados Unidos, casi ya en campaña, donde Francisco podrá lanzar un mensaje contundente sobre la tragedia de la inmigración.