Suelo ser bastante incordión en este espacio con los fallos que detecto en el tranvía, pero tampoco me duelen prendas a la hora de ensalzarlo, a la infraestructura y a sus trabajadores. Hoy toca segunda opción. El otro día tuve que acudir a la oficina de la calle Sancho el Sabio a renovar la tarjeta Bat. La mía es la de foto, la que permite hacer una carga de dinero mensual además de la normal. El plástico cumplía sus tres años el 18 de agosto y aún albergaba unos euros, así que hacia allí fui ese mismo día, dispuesto a renovarlo y a transvasar el dinero (confieso que acudí ya cabreado porque no logro comprender por qué la empresa tranviaria expide tarjetas de tan corta vida). No fui consciente de que en temporada estival la oficina, como otras muchas oficinas, reduce el horario de trabajo: cerraba a las 14.00 horas. Llegué dos minutos más tarde y me encontré con los currelas bajando la persiana: lo que cualquiera haría en su caso. Me molestó, porque acostumbramos a mirarnos el ombligo antes de reflejarnos en los demás, y aunque fui descortés, uno de ellos volvió a su puesto, tramitó mi petición y salí con mi nueva tarjeta Bat, cuya longevidad alcanza ahora los siete años. Agradezco la deferencia del paciente y agradable trabajador y también el esfuerzo de la empresa por prolongar la vida de sus plásticos.