no había allí excelencia acústica, ni espacio para el postureo, ni VIPs, ni atalayas para críticos puristas. Y encima tuvieron que repartir ponchos chubasqueros para sortear la intermitente lluvia con el paraguas plegado. Pero el concierto que el incombustible Jamie Cullum ofreció con su big band el viernes en la donostiarra plaza de la Trini fue vibrante. El pianista británico -la estrella del Jazzaldia que celebraba su medio siglo- puso de su parte. Su energía, sus sorprendentes cambios de registros o su facilidad para encandilar al público hacen mucho. Pero también acompañó un público desinhibido, la calidez del escenario -una acogedora plaza en el confín de la Parte Vieja donostiarra- y una ciudad impregnada de festival, más allá del programa oficial. Y si bien algunas comparaciones son odiosas -el propio Cullum estuvo en Vitoria hace cuatro años pero en un formato mucho más encorsetado- la sana envidia sirve a veces como estímulo. El de Donostia, decano de los festivales jazzísticos vascos, emana vitalidad y chispa, mientras el de Vitoria, que apostó por un modelo más conservador o clásico, a pesar de su consagración -o precisamente por eso- languidece. Esperemos que en Vitoria suenen también los acordes de The times they are a-changin a ritmo de jazz.
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