la vuelta a la tortilla que, a raíz de los resultados del 24-M y la vertebración de posteriores acuerdos, se ha producido en numerosos gobiernos municipales, forales o autonómicos ha tenido muy distintos transfondos en unas plazas políticas u otras. Así, mientras la efervescencia de nuevos movimientos izquierdistas ha permitido un sorprendente y simbólico vuelco en las Alcaldías de Madrid y Barcelona, el cambio político en Vitoria y Álava en favor del PNV ha sido propiciado por el aislamiento político en el que le metió a Javier Maroto su discurso sobre los inmigrantes o la inacción y desgaste de Javier de Andrés al frente de la Diputación, de la misma manera que sus maneras impositivas y su incapacidad de gestión le han llevado a Bildu a perder su feudo en Gipuzkoa. Son diferentes coyunturas políticas que determinan el color de los gobiernos en un momento u otro. Sin embargo, el relevo emprendido en Navarra tiene otro calado. Se asemeja más bien a un cambio de régimen después de más de tres décadas en las que una derecha ultramontana -que hizo del antivasquismo su bandera- venía ejerciendo su dominio en todo el entramado político, empresarial, educativo y cultural de la sociedad navarra y cuyo poder empieza a desmoronarse, desde que el gabinete de Yolanda Barcina fue entrando en barrena. Las elecciones autonómicas navarras tenían un claro y explícito cariz de plebiscito, en el que las fuerzas del cambio lograron un vuelco histórico. Geroa Bai, Bildu, Podemos y Ezkerra-Izquierda sellaron ayer un amplio acuerdo programático con 614 medidas y, aun más allá, pusieron las bases de un cambio político, social y cultural. El Gobierno que liderará Uxue Barkos tiene ante sí el profundo reto de construir otra Navarra. Y entre los cambios que plantea, y por lo que afecta al resto de los territorios forales, no será baladí el nuevo modelo de relación con la CAV, un asunto que UPN consideraba satánico. El caduco esquema de la integración de Navarra en la CAV está ampliamente superado por las cuatro fuerzas del cambio. Pero las barreras artificiales que obcecadamente han separado a dos comunidades que de facto comparten un mismo espacio histórico, geográfico cultural o socioeconómico -con muchos intereses y potencialidades de desarrollo comunes- empiezan a resquebrajarse como el castillo de naipes de la derecha navarra.