El otro día la Conferencia Episcopal entró en campaña; faltan tres semanas, pero no iban a ser menos los señores de la fe cuando a su alrededor todo gira en torno a la próxima cita electoral. Son gente contradictoria la de la episcopal congregación. Su líder, Ricardo Blázquez, dice que la institución que preside no es contrincante político de nadie y que el papel que juega es pastoral, no partidista. A modo de introducción suena creíble, pero el nivel de sinceridad desciende cuando insta a los cristianos a ser “coherentes” a la hora de votar. Coherentes. ¿Y eso que es? Pues ya está él para guiarlos en la coherencia. Les recuerda Blázquez que hay “valores innegociables” como el derecho a la vida desde la concepción hasta su fin natural, el “verdadero” matrimonio, la “armonía y estabilidad familiar” y el derecho de los padres a la educación de sus hijos conforme a sus convicciones. Es decir, el anacrónico discurso habitual que olvida, entre otras cosas que no vienen en el misal, que la educación no es un derecho de los padres, sino una obligación. Remata Blázquez con una condena a “la idolatría” del dinero. ¿No es esa misma idolatría la que ha llevado a la Iglesia que gobierna a acaparar bienes inmuebles porservosquiensois y a aceptar como norma de pobreza el camarote donde vine su predecesor? Bendito silencio