a los 70 años de su fundación en junio de 1945 en San Francisco, la Organización de Naciones Unidas (ONU) se antoja condenada, siquiera en cuanto a sus objetivos principales, al mismo fin que la fallida Sociedad de Naciones a la que pretendió sustituir. Siete décadas después, no es sólo que la ONU no haya llegado a acercarse al primero de su propósitos -señalado en su artículo 1 de su Carta como “Mantener la paz y la seguridad internacionales”- al que se deben sus 193 países miembros, sino que tampoco ha sido capaz de cumplir el principio de su artículo 2 que especifica que “la Organización está basada en el principio de la igualdad soberana de todos sus miembros”. Y es ahí, en su estructuración, en la desigualdad que surge de la capacidad de veto de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad -Alemania, Francia, Estados Unidos, Rusia y China-, pervertido en su papel original de árbitro mundial y convertido en tablero del juego de los intereses, que el incumplimiento del primer principio de la ONU le impide acercarse al primero de sus objetivos. Ello no quiere decir que la mayor organización internacional del planeta sea totalmente ineficaz. De hecho, ha destacado como gestora y encauzadora de la ingente labor desarrollada por su agencias y departamentos, desde la Organización Mundial de la Salud, pero también de la Organización Mundial del Comercio y el Banco Mundial, a las de protección de los refugiados (Acnur), de la infancia (Unicef), de la educación y la cultura (Unesco), del Medio Ambiente o en el Desarrollo, entre un sinfín de organismos de cooperación y desarrollo en los más variados campos. Asimismo, en su labor como vigilante defensor -aunque no siempre operativo- de los derechos humanos que proclamó en 1948. Es su insuficiencia arbitral, su dependencia económica y política y el consiguiente desgaste de la capacidad disuasiva que pretendían reflejar los artículos 41 y 42 de la Carta rubricada en San Francisco -hecha patente y llevada al extremo en los conflictos de Oriente Medio o Irak- lo que exige de la organización que preside Ban Ki-Moon una reestructuración global y formal de sus erosionados mecanismos para eludir ser ella misma una simple estructura del control por parte de cualquier confluencia de intereses a nivel mundial.