no pretendo escandalizarme, ni ponerme digno, ni mucho menos enarbolar la bandera de la libertad de expresión y del antifascismo a la estela de París por semejante sandez. Resultaría ridículo responder con palabras grandilocuentes a la gracia de cuatro mocosos que se han dedicado a poner unas pegatinas con esvásticas y leyendas xenófobas en una asociación de inmigrantes, en el campus de la Uni, en la puerta de la redacción de este diario o en todos aquellos lugares que, al parecer, entienden que no le reímos las gracias al alcalde cuando habla de los moros ni nos sumamos a la turba que vocifera en las barras de los bares contra los desgraciados que se aprovechan de las ayudas. Estos gilipollas quizás pretendan imitar el ritual mafioso de señalar con una esvástica a modo de aviso o amenaza, pero resulta patético y hasta risible. No nos engañemos, en Vitoria no hay grupos neonazis. Y a estos pijillos de las pegatinas ni siquera les da para armar un discurso ideológico con el que articular su fanatismo. Se quedan en la chorrada. Pero su actitud denota un desprecio al diferente que sí está muy arraigado en ciudadanos de la muy noble, muy leal y respetable Vitoria, aunque no lleven esvásticas. Y eso es bastante más preocupante que la gracia de cuatro chavales derechistas.
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