Para los que ya acumulamos juventud, con la práctica deportiva las visitas iban siendo más habituales. Las recuerdo gratamente por ser atendidos y escuchados con cariño. Con nuestros achaques en la camilla, Gandi nos palpaba donde sentíamos dolor o la zona que pensábamos que no funcionaba en nuestro cuerpo, luego nos llevaba hacia un aparato con una pantalla adosada donde se apreciaban las extremidades examinadas y al final, para que lo entendiéramos mejor, nos mostraba casos similares de algún libro de esa estupenda biblioteca adquirida para conocer y contrastar las tendencias que aparecían en la medicina deportiva. Marchábamos contentos por la cercanía y atención de todo el personal. Sin contar con los reconocimientos exteriores de este centro implantado en una ciudad que se jacta de potenciar el deporte entre sus habitantes como una filosofía sana de vida.

Hace tres años tuvimos que salir a la calle para concienciar de que Mendi era necesario para la sociedad vitoriana, sobre todo para los practicantes de cualquier deporte federado, intentando instruir que su coste era razonable y se debía mantener en los presupuestos del Ayuntamiento por ser un servicio demandado y contrastado en su eficacia. No se cerró y lo consideramos un éxito, aunque propició un cambio en su funcionamiento y en la disponibilidad y calidad del personal.

Y ahora el alma mater se va y nos deja. Leemos que se va a contratar mediante concurso a un nuevo galeno, pero parece curioso que no se haya realizado antes de la marcha de Gandía para posibilitar un relevo ordenado y de trasmisión de los 34 años de experiencia.

Agur Gandi, eta mila esker bihotz biho-tzez.