He sufrido una cierta saturación mental durante estos últimos días. No sé a ustedes, pero a mí se me ha atragantado el término libertad de expresión tras el ataque terrorista a la sede de la revista satírica Charlie Hebdo. Me gustaría que los profesionales de los medios de comunicación que lean estas líneas hicieran un ejercicio: mirarse al espejo y preguntarse cuántas veces han escrito lo que no querían, cuántas lo que quería alguien cuya relación con el medio donde trabaja es sólo comercial, cuántas retirado un dibujo o, incluso, aconsejado a un compañero no publicar algo porque te la estás jugando, chaval. También me gustaría saber si todos los que defienden que es lícito caricaturizar a Mahoma, aceptarían de igual manera un dibujo de San Prudencio masturbándose en las campas de Armentia mientras San Fermín le introduce el cayado por el ano, en el contexto de la postura de la Iglesia sobre el matrimonio entre homosexuales. Se me han atragantado más cosas, pero no caben todas: la constatación de que la solidaridad es una cuestión de distancias, el papel militar que juega Occidente en el alimento ideológico de tanto tarado armado, el vómito súbito al ver entrelazados a jefes de Gobierno poco amantes de las libertades en una marcha por la libertad, el recorte de derechos que llega...