Pueden hacerse muchos análisis sobre el atentado contra Charlie Hebdo; se puede hablar de geopolítica, de historia o de religión. De contextos, causas o efectos interesantes y necesarios. Pero convendría que nada nos hiciera perder de vista la luna porque nos hayamos centrado sólo en el dedo que la señala. Han sido, están siendo, los colegas de esos dibujantes asesinados quienes estos días están haciendo probablemente algunos de los análisis más certeros. Lo hacía el australiano Richard Pope en una viñeta en la que un terrorista encapuchado con un fusil aún humeante y un hombre muerto a sus pies se justifica: “Él dibujó primero”. O el indio Satish Acharya, que presenta a dos terroristas en la redacción de Charlie Hebdo observando con ojos de sorpresa una pluma y preguntándose: “¿Fue esta pequeña arma la que nos hirió tanto?”. Al margen de otras consideraciones, este atentado es, en su fundamento, un doble ataque contra la vida humana y contra las libertades. Y no contra una libertad cualquiera. La libertad de prensa y la libertad de expresión son un pilar de la democracia, una exaltación de la máxima de que se puede convivir entre diferentes, de que el otro merece el mismo respeto que uno mismo y de que la palabra es la única arma posible para resolver cualquier conflicto. Lo han plasmado el chileno Francisco Javier Olea, componiendo con lápices, rotuladores, sacapuntas y reglas un fusil; o el estadounidense Steve Benson, que dibuja a un terrorista que deforma el célebre aforismo: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. O Luis Ángel Argote en DNA, con un lápiz sangrante en el tambor de una pistola. El brasileño Carlos Latuff advertía de otra víctima de este atentado con una viñeta en la que el tiroteo contra Charlie Hebdo atraviesa la redacción para alcanzar una mezquita. Igual que el sudanés Khalid Albaih, quien dibujó a un musulmán al que un integrista señala como infiel y un occidental como terrorista, mientras él proclama: “Soy tan sólo un musulmán”. Conviene pues mirar la luna y no perdernos en el dedo que la señala, pues cualquier ataque a la vida y a la democracia sólo puede ser respondido desde la defensa de la democracia y del valor de la vida humana. Si algo ha demostrado este atentado es que la pluma, la palabra, puede ser más poderosa que la espada.