Qué mal huele. No me refiero al riachuelo de la Avenida, cuyo caudal aún no existe, sino a todo lo que nos rodea. Dan muy pocas ganas de seguir adelante. Imagino un hermoso retiro alejado de los torrentes de mierda que cada mañana escupen los grifos del poder, aliados con los medios de comunicación en una entente que cada minuto que pasa intoxica a quien la respira y ahoga a quien intenta comprenderla. Hiede, qué asco. Si estuviera en mi mano, relegaría al más triste ostracismo, al olvido más intenso, a todos aquellos gobernantes y políticos que esconden lo que realmente piensan porque saben que lo que piensan los alejaría de la sucia cima en la que descansan sus carnes; a esos gobernantes y políticos que se les llena la boca con palabras contra la corrupción cuando en realidad llevan tanto tiempo conviviendo con ella que ya ni siquiera la consideran como tal: las medidas que proponen son tan ridículas que resultan ofensivas; a esos otros gobernantes y políticos que, asustados por las encuestas, se dedican a desprestigiar lo nuevo sin percibir el olor a rancio que desprenden sólo con abrir la boca; a todos aquellos que, en definitiva, hacen lo imposible por dejar que todo siga igual, curando heridas mortales con ridículas tiritas.