más de 3.000 militares y guardias civiles, 43 vehículos y 52 aeronaves participaron ayer en el desfile que, con un coste superior a los 800.000 euros a los que hay que sumar otros actos adyacentes, tuvo lugar en Madrid con motivo del Día de la Hispanidad. Un acto anacrónico, fuertemente militarista y de pura exhibición de fuerza armada que conmemora una festividad actualmente fuera de la realidad y ajena por completo a los intereses, demandas y anhelos de una sociedad civilizada -nunca mejor dicho- del siglo XXI. Un acto que, una vez más, contó con la ausencia significativa tanto del lehendakari como del president de Catalunya, un hecho que, aunque duramente criticado por algunas instancias del Estado, es explicable en tanto cuanto Iñigo Urkullu y Artur Mas representan, hoy en día, a la inmensa voluntad de sus respectivos pueblos que rechaza este tipo de conmemoraciones. La celebración de este año, además, tiene lugar a cuatro semanas del 9-N, jornada prevista para la consulta sobre la independencia de Catalunya. En este contexto, es difícil imaginar que la exhibición militar por las calles de Madrid, sobre todo después de los actos y declaraciones previas claramente intencionadas, sea totalmente ajena a la situación catalana. Ya la víspera, el director general de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, dejó muy claro el mensaje que quería lanzar al president Mas: “Nadie tiene derecho a generar un conflicto interno en España”, dijo antes de invocar a la unidad patria y la idea de soberanía nacional que consagra la Constitución española. Los actos paralelos que se desarrollaron en Barcelona en favor de la unidad de España, con quema de senyeras incluida, no hace sino corroborar que el día de ayer quiso hacerse patente la razón de la fuerza frente a la voluntad mayoritaria de los catalanes. Son recurrentes las tan peligrosas como reveladoras apelaciones al artículo 8 de la Constitución, que encomienda a las Fuerzas Armadas la defensa de la “soberanía e independencia de España” y la defensa de “su integridad territorial”. No es, por contra, ese el camino que puede encauzar la situación política, ni en Catalunya ni en Euskadi, sino el diálogo sereno -sin exhibiciones de armas- y el respeto a la voluntad mayoritaria de la ciudadanía libremente expresada en cada uno de los territorios.