Álava ha sido una encrucijada de caminos a lo largo de su historia y un privilegiado enclave estratégico comercial o cultural entre Finisterrae, el Mediterráneo y los Pirineos. Y en este marco, ha vivido una dialéctica entre la evocación a su pasado y sus miras al mundo. Entre la simbología del Casco Medieval, la consagración del templo de Santa María, las gestas del canciller Pedro López de Ayala, la épica de la Batalla de Vitoria o la ciudad costumbrista de curas y militares, frente a los intelectuales ilustrados, los movimientos obreros, la llegada del ferrocarril, la Gasteiz efervescente de los años 90 o el levantamiento de Artium ha habido una tensión eterna. Y es que la apertura al mundo exterior o la llegada de culturas extrañas son a veces consideradas una amenaza. Quizás por eso resulte sintomático que en el debate de política general de las Juntas de Álava, Javier de Andrés dedicara más tiempo a hablar de la reliquia de la espada de oro y brillantes del general Miguel Ricardo de Álava que del aeropuerto de Foronda, como le apuntó con ironía el portavoz jeltzale Ramiro González. La llegada de la dichosa espada al museo foral de Armería “es una excelente noticia para todos los alaveses”, dijo De Andrés, quizás porque quien no lo vea así no sea lo bastante alavés.
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