en diciembre de 1992, el presidente George H. W. Bush decidió invadir Somalia. Hasta ahí, nada raro en un país que cuando se aburre la Casa Blanca le inventa una guerra. Los 1.800 valientes marines que desembarcaron pensaban encontrarse la resistencia de aguerridos guerrilleros islamistas o bien a un grupo de aborígenes vitoreando a sus libertadores con banderitas de barras y estrellas. Pero en lugar de eso, los soldados -con la cara pintada y ataviados con sofisticadas armas y cascos con cámaras infrarrojas- se encontraron en la playa con un puñado de reporteros -ataviados con gorros de paja, bermudas, chancletas y cámara al hombro- que, al haber anunciado el Pentágono la hora y el lugar, querían retransmitir el primer desembarco en directo de la historia de la televisión. La estampa fue ridícula. Tanto como la pretensión de Javier de Andrés de traerse a Álava un campamento de juegos bélicos, que al parecer un reportero de DNA ha aguado por contarlo. Ya sabemos que a la derecha le pone esto de la cosa castrense, pero intentar amañar de tapadillo un montaje de maniobras militares raya lo grotesco, tanto como el desembarco de Mogadiscio. Sólo faltó Lamar Odom disfrazado de marine y pedir que Izarra fuera declarado patrimonio de la Unesco para vender cetmes de merchandising.
- Multimedia
- Servicios
- Participación