Hablaba del caso concreto de Gasteiz, pero me viene al pelo con Salinas de Añana. Hace ya unas semanas escribía aquí que uno de nuestros grandes problemas como ciudad, y se puede extender al territorio, es que nuestros políticos están sólo ocupados en poner bonito el escaparate para los de fuera y para los de aquí que no son capaces de ver más allá de sus narices, mientras el almacén está vacío y la tienda que da pena a cada día que pasa. El caso del Valle Salado es uno más de esa manía que tenemos aquí, esa costumbre muy extendida también en otros lugares, de pensar que la realidad se construye a base de jefes de prensa y stands de turismo. No hay que menospreciar ninguna labor de difusión siempre que se haga con sentido e inteligencia. Pero si ese trabajo no tiene un sustento en que apoyarse, más tarde o más temprano, el castillo se cae. ¿Para qué se quiere el reconocimiento de la Unesco? ¿Para generar más turismo? ¿Para contar con más ayudas y que lo que hay que hacer lo paguen otras instituciones? Y digo yo, ¿no se debería buscar ese título por el trabajo patrimonial, histórico y social llevado a cabo, y después, si es el caso, aprovechar esas otras consecuencias turístico-económicas? La tienda se sigue vaciando, pero todavía se puede reaccionar.