Las cosas de la vida hacen que a veces cruces tu camino con determinadas personas en el peor momento posible. Ha pasado algo más de una década desde que a Luis Zarrabeitia y a un servidor nos pasó eso, siendo él gerente de un medio de comunicación y yo miembro del comité de empresa. Hubo una época, en la más triste de aquel proyecto que se caía, en la que hablaba más con él que con mi mujer. Y en ese contexto, pues hubo de todo, claro. Pero siempre desde la base del respeto. Incluso cercanía en algunos momentos. Después de aquello, nos cruzamos en no pocas ocasiones. Casi siempre, para qué negarlo, tomando copas en el Casco Viejo. Siempre hubo una sonrisa, un momento para la charla. Los recuerdos de lo malo hoy no importan, entre otras cosas porque tenían que ver más con el contexto que nos había tocado que con lo personal. En eso, la historia era otra. Zarrabeitia era de los de raza. No se mordía la lengua. Serio para el curro, y mucho. Con una gran retranca para lo demás. Ironías con él nunca faltaban. Cuando este periódico empezó, me llamó para decirme: "Carlos, espero que las cosas te vayan lo mejor posible". Y eso que todavía teníamos unas cuantas heridas abiertas. Así era Zarrabeitia. O por lo menos el Luis que yo conocí.