Imagina que te encuentras en México y acudes al chamán de turno por un sarpullido sospechoso. Una vez allí, el titular de la consulta te receta una poción mágica a base de planta carnívora del pantano, higadillo de cacatúa y mierda de alacrán. Sin embargo, sacas tu lupa y te observas el corroncho, además de consultar el libro de primeros auxilios que siempre llevas contigo en tus desplazamientos, mientras le dices al doctor: "Espere, no estoy seguro, quisiera comprobar primero algo". Y ahí te tiras más una hora mirando aquí y allá, pasando páginas, sin encontrar nada que te convenza de modo que, al final, le comentas: "bueno doctor, gracias, pero, ya me lo pensaré".
Pues eso mismo pero al revés es lo que ocurrió en una consulta médica de la Montaña Alavesa. El tema trataba sobre de qué y cómo había que vacunar a un niño cuando, ante la perplejidad del profesional que les atendía, el tutor se sacó de la manga un péndulo y empezó a buscar por allí y por allá supuestas energías (agua o petróleo, cualquiera sabe) antes de decidirse sobre la vacuna. Finalmente, al cabo de una hora de búsqueda, como al parecer el amuleto no se adaptaba a las expectativas maternas, vino la despedida: "esto, ya me lo pensaré, no lo tengo muy claro" y adiós, muy buenas.
¿Es una comparación odiosa? Sí. En el primer caso (aunque, si piensa así, sobra en la consulta chamanera), el paciente intenta utilizar medicina basada en pruebas. En el segundo, es la consulta médica la que está basada en evidencias, mientras que el paciente (que tampoco pinta nada allí) se apoya en su paranoia personal ad hoc para hacer perder tiempo y dinero a Osakidetza y a sus profesionales.