la muerte de Nelson Mandela -Madiba para los sudafricanos- supone la pérdida de un ser humano excepcional. Fue un líder político capaz de movilizar a millones de personas y de transformar un país al borde de la guerra civil en una sociedad relativamente unida. Personalidades y cientos de miles de personas de todo el mundo han lamentado su pérdida. No se trata de engrandecer su figura, porque no lo necesita, sino de tratar de aprender algunas de las muchas lecciones que inspiró.
A pesar de su dura vida, plagada de infortunios y muchos años de cautiverio, Mandela mostraba siempre una sonrisa radiante, cautivadora. Su energía interior se imponía a todas las penalidades. Y el convencimiento de hacer lo que es correcto aumentaba esa energía.
Su idea de justicia no era sólo política, sino social. Afirmaba que la pobreza no es natural, sino creada por el hombre y que puede y debe superarse mediante acciones humanas porque no es un acto de caridad sino de justicia. Recuerda a la visión de Helder Cámara cuando decía que cuando alimentaba a los pobres le llamaban santo, pero que al preguntar por qué esas personas tenían hambre, pasaban a considerarle un revolucionario.
Nelson Mandela fue condenado a cadena perpetua en 1964 y 27 años después, al ser liberado, el corresponsal del diario inglés The Independent, John Curlin, le preguntó en su primera rueda de prensa como hombre libre cuál era la fórmula para negociar el fin del apartheid. El líder sudafricano respondió: "reconciliar las aspiraciones de los negros con los temores de los blancos". Sabias palabras. Y, sobre todo, efectivas. En otra ocasión añadiría que un hombre que le arrebata la libertad a otro es un prisionero del odio, está encerrado tras los barrotes del prejuicio y de la estrechez mental. Pero al mismo tiempo era muy consciente de que ser libre no es sólo liberarse de las propias cadenas, sino vivir de una forma que respete y mejore la libertad de los demás.
También destacó la capacidad de la educación como instrumento para transformar el mundo. Es la educación la que convertiría a Sudáfrica en una sociedad libre y democrática, en la que pudiesen vivir en armonía blancos y negros. Los ciudadanos mejor formados no aceptan imposiciones tan fácilmente y se convierten en garantía democrática.
En medio de tantas alabanzas, Mandela siempre fue muy crítico consigo mismo y demostró una fuerte personalidad. Así, en contra del criterio de su propio partido el Congreso Nacional Africano, avaló las conclusiones de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación dirigida por el arzobispo Desmond Tutu, que además de los crímenes del régimen del apartheid incluía los cometidos por los movimientos de liberación africanos. Desde esta posición autocrítica, mantuvo que lo más difícil no es cambiar la sociedad sino a uno mismo. Su reflexión, la del hombre que años antes empuñó las armas, resultó entonces asombrosa: si alguien es capaz de aprender a odiar, también se le puede enseñar a amar.
Tendió la mano a sus enemigos y carceleros , trabajó con ellos y siendo este logro extraordinario, no fue menos conseguir que su propia gente recondujese los sentimientos negativos y de odio hacia la reconciliación. No fue sólo generosidad, también había cálculo político. Madiba no era un santo y nunca pretendió serlo, al contrario de lo que cuentan algunos de sus seguidores.
Analizó la situación de su país, valoró los escenarios y juzgó que las mejores herramientas para terminar con el conflicto eran la generosidad y el perdón. ¿Cómo habría podido construir una verdadera democracia sobre la venganza? Era necesario salir de la ética de trinchera.
Hay infinidad de testimonios que narran cómo Madiba trataba a todos por igual, con cercanía, respeto y cortesía. Muchos líderes -de izquierda o de derecha- suelen ser sumisos con el poderoso y crueles o autoritarios con quienes consideran débiles o inferiores. Mandela, no. Por encima del líder, en la base de su potente liderazgo, estaba su humanidad.
Mucho más allá de los acuerdos políticos y los cambios institucionales, un país lo forman las personas que deben convivir en el día a día. Y eso no se puede hacer desde la venganza ni desde el cicaterismo. Sólo la altura de miras, la inteligencia política, la generosidad y el perdón pueden lograrlo. Mandela es de los pocos líderes que ha conseguido que decir esto no suene cursi ni ingenuo.