UNA de las tareas que puede que me autoimponga para los días de asueto navideño es la de pasarme un rato por una librería para hacer un estudio sociológico-estadístico sobre el éxito de ventas de los libros de memorias de políticos patrios. En definitiva, para comprobar si realmente alguien compra estos libros y, lo que me resulta más perturbador, si alguien los lee. No me interpreten mal, comprendo el interés que pueden despertar, ¡pero hay que tener público para absorber semejante volumen de oferta! Así, sin hacer demasiado esfuerzo, creo que en las últimas semanas han salido al mercado obras de literatos como José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero, Pedro Solbes y Felipe González. Curioseando un poco, he encontrado también un libro de Miguel Ángel Revilla que no me atrevo a clasificar sólo por la portada. Salvando las distancias, nuestra clase política debe de ser el Dan Brown de sus homólogos, a tenor al menos del nivel de producción. Y me sorprende porque, conociendo el nivel medio de oratoria que se gastan nuestros próceres, una espera que su producción escrita esté a la altura. Vamos, ladrillaco. Pero, al parecer, las artes comunicativas y literarias de nuestros políticos sufren una mutación cuando dejan su cargo y una editorial les hace una oferta. Ser expresidente del Gobierno en España y convertirte en Ken Follett es todo uno, casi como haberte sentado en el Consejo de Ministros y pillar silla en un consejo de administración. Así las cosas, señor Rajoy, le recomiendo que vaya poniéndose a ello. Ya sabe, érase una vez...
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