la historia del alpinismo se ha llenado en estas últimas décadas de héroes mediáticos que saltan de una cumbre a otra en las alturas de la fama y la gloria, rodeados del oropel de los sherpas, bombonas de oxígeno, porteadores, espónsores o cámaras de televisión, dándose codazos en esa romería en la que se han convertido las ascensiones al Himalaya. Otros montañeros, en cambio, suben acompañados de su propio espíritu de sacrificio y camaradería, sin otro desafío que el de fundirse con la montaña y mirarla a los ojos. Un escalador francés fiel a esta ética del alpinismo acaba de renunciar en el Mont Blanc a un cáliz de oro y brillantes, pero en el sentido literal. Encontró en pleno glaciar una caja metálica con sello de made in India repleta de rubíes, esmeraldas y zafiros -valorados entre los 130.000 y los 240.000 euros- mientras ascendía esa hermosa montaña con nombre de elegante estilográfica, según publicaba el viernes el diario Le Parisien. Al parecer, las piedras preciosas pertenecieron a algún potentado viajero del Kangchenjunga, un Boeing 707 de Air India que volaba entre Bombay y Nueva York, con escala en Ginebra, y que se estrelló en las laderas de la Montaña maldita un frío día de enero de 1966, falleciendo en el accidente sus 117 pasajeros. El alpinista que halló el tesoro -que iba a la magia de la montaña y no a por Rolex- lo entregó a la Gendarmería, que está buscando a los herederos. Y lo más entrañable de la historia es que no se ha conocido la identidad del montañero.