Y con él, Sheldon Adelson, llegó la polémica. Se veía venir. El magnate norteamericano ha prometido el oro y el moro a los madrileños en forma de casinos, hoteles, campos de golf, miles de puestos de trabajo -no se sabe muy bien cuántos ni en qué condiciones- y una lluvia de millones de euros que ríete tú de la bonoloto. Y claro, a medida que se despejaban suspicacias y los políticos se iban creyendo los fabulosos macroproyectos en ciernes, Adelson comenzó a deslizar sus condiciones. El pez había mordido el anzuelo y el sedal empezaba a tensarse. Primero surgieron pegas con la financiación y quizá sería conveniente que el Gobierno, o quien sea, echase una manita para colonizar esas 750 hectáreas del nuevo paraíso que emergerá en los alrededores de Alcorcón. ¿Y qué es eso de que no se pueda fumar dentro de los casinos o que los menores de edad tengan prohibida la entrada? ¿Y por qué hay que identificar a los jugadores y, por tanto, la procedencia de su dinero? Las respuestas tardan en llegar y el nuevo Mister Marshall se impacienta. El presidente madrileño Ignacio González quiere pasar a la historia cual Pepe Isbert y ya no sabe qué decirle ni cómo entrarle a su jefe sin que parezca una rebelión. Pero lo cierto es que Rajoy todavía no ha dicho que no. Ni que sí. O sea, como siempre. Reconozco que el debate es arduo. Rechazar inversiones se antoja complicado, y más en momentos de crisis. Pero tejer leyes a medida sería reconocer, en definitiva, que el dinero está por encima de todo.