Quizá porque cuando estas líneas estén siendo saliendo de la rotativa yo estaré disfrutando -por fin- de mis vacaciones y quizá porque al escribirlas con esa perspectiva tengo el día optimista, estaba recordando que hace unos días me puse el uniforme ochentero para rememorar a Golpes Bajos y sus Malos tiempos para la lírica a cuenta de un mensaje en una botella que, al parecer, apenas se movió 300 metros en cincuenta años. Y resulta que el teletipo escupe una de esas noticias que, aunque sea por un rato, me han reconciliado con el ser humano: el hallazgo en un artesonado mudéjar de los fondos del Museo de la Alhambra de una carta de amor, escrita por Pepe a Emilia en 1921. La noticia habla de "pobre ortografía" y "papel sin importancia" y certifica que los expertos la manipulan "con guantes como si de una joya se tratase". Es que es una joya. Es casi violento, una profanación de la intimidad de dos personas, de Pepe, el vecino de Sorvilán que un lunes -era lunes- escribió a Emilia. Porque antes se escribía, y dejémonos de chorradas, un te quiero en papel como Dios manda tiene un pedigrí que ya quisieran todos los whatsapps del mundo. Y Pepe le decía a Emilia que volvería a mandarle otra carta con un recadero -no, no había Gmail, las comunicaciones eran más complicadas, pero mucho más emocionantes-, que además le haría llegar un racimo de uvas para un tal don Antonio. "Sin otra cosa por hoy, besos del que te quiere", se despidió Pepe. Y no sabemos nada más. Después de todo, algo de poesía sí nos queda.
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