Lo cantaban Golpes Bajos, son malos tiempos para la lírica; si lo eran en los 80, no les digo hoy. Hubo un tiempo, quizá en una galaxia muy muy lejana, en los que alguna niña con pinta de anuncio de champú o de jabón de marsella paseaba descalza por una playa desierta y lanzaba esperanzada una botella de transparente cristal al mar con un mensaje dentro. Y pasaban los años en un veloz flash-forward y aquella botella viajaba en largo y exótico crucero atravesando tormentas y calmas, recorriendo costas y mares, esquivando buques y bestias, y era delicadamente depositada en la arena de alguna playa lejana del orbe décadas después, donde alguien leía el mensaje y hacía de encontrar a su remitente el objetivo de su vida y, como en una película de Disney, acaba devolviendo la botella a aquella niña ahora adorable madre de familia. Pero ya no hay poesía. Nuestra historia empieza el 16 de agosto de 1963, con Dennis, un chaval de 12 años que lanza al mar su botella. Dennis quería hacer un experimento y pedía ayuda a quien encontrara la botella, incluyendo cinco centavos para un sello con el que franquear la respuesta. 2012, Norman retira escombros tras el arrasador paso del huracán Sandy por la costa de Nueva Jersey y Nueva York. Y encuentra la botella de Dennis... a poco más de 300 metros de donde Dennis la había lanzado. O la botella recorrió el mundo entero para volver al hogar, opción del clavo ardiendo y de la lírica superviviente, o siempre estuvo ahí. Lo decían Golpes Bajos: "Seguro que algún día, cansado y aburrido, encontrarás a alguien de buen parecer".