DOS cuestiones me tienen preocupada en las últimas horas. Primero, el estado de la producción mundial de tila y/o valeriana. Segundo, quién cocina la comida del Papa. Como me comentaba alguien, ahora va a resultar que hay que hacerle la ola a una institución, el pontífice, por manifestar humildad y respeto al afirmar, más allá de otras consideraciones y matices, que quién es él para criticar a los gays. Hombre, dos mil años largos... pues ya era hora. No diré que la respuesta de Francisco me agrade totalmente, preferiría algo menos medido y más hechos que la explicación que ofreció a la prensa en el avión de vuelta de Brasil -por cierto, algo debe de andar mal cuando un Papa te pasa por encima y sin despeinarse en política de comunicación, Mariano Rajoy-. Pero en dos milenios ninguno de los portadores del Anillo del Pescador había ido tan lejos. De ahí mi preocupación inicial, las taquicardias varias e infartos múltiples que en algunos sectores eclesiásticos han tenido que provocar las palabras de Bergoglio y la evidente necesidad, dada la breve pero contundente trayectoria del argentino -con decisiones de trascendencia como la revisión del IOR o banco del Vaticano o el endurecimiento del Código Penal Vaticano en materia de pederastia-, de incrementar la producción de hierbas para infusiones tranquilizantes, con especial atención en la distribución a alguna eminencia de conferencias episcopales varias. Y de ahí también mi preocupación por el menú del Papa. Santidad, si no la ha visto, le recomiendo El Padrino III.