HE teorizado antes en este espacio sobre un hecho incontestable respecto al ser humano: nuestra eficaz contumacia en tropezar un millón de veces en la misma piedra. Todavía pasmada ante las elecciones islandesas, pensemos en esa Francia revolucionaria guillotinando borbones, zas, para acabar rindiéndose a un emperador. Que acabaron mandándolo a esparragar, pero toma Bonaparte que se comieron los ilustrados. Por no mirar más allá de nuestro ombligo, piensen en el típico alcalde que, aunque criticado por el 100% en los sondeos de la barra del bar y la tertulia de la panadería, con eficacia germánica repite mandato tras mandato: gana pero nadie le vota (seguro que se les ocurre algún ejemplo). Estaba en éstas y he pensado en Mariano Rajoy. ¿Se acuerdan de aquella fotografía posando ante una oficina del Inem con el titular "Cuando gobierne bajará el paro"? Respuesta: 6,2 millones de parados, resignación -el Gobierno se rindió públicamente el viernes pasado aunque no haya entregado las armas- y "paciencia", la nuestra. Somos presos de nuestras palabras por no frecuentar más lo de ser dueños de nuestros silencios. Eso le pasa al señor Rajoy. Un discurso interesante el que pronunció en abril de 2011 en un acto de precampaña. Al PSOE, dijo entonces, le deberían "dar vergüenza" las cifras del paro, su "incapacidad" y sus "engaños". "Para acabar con el paro hace falta un Gobierno serio", añadió. Y ahora, Rajoy ante el espejo. Lo cruza, se encuentra a él mismo haciendo el ridículo más soberano... y se fuma un puro.
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