presentarse ante la emblemática fecha del Primero de Mayo con una cifra que supera los seis millones de parados en el Estado, sin ninguna perspectiva de poder invertir esta tendencia y ante la absoluta desorientación de unos poderes públicos -aun con un Gobierno Rajoy que acepta con insultante resignación que el desempleo todavía subirá más a lo largo de este año- cautivos de la economía especulativa es ya por sí solo un argumento contundente para que la jornada de hoy encerrara una presión social sin precedentes. Y si a esto se añade que la reforma laboral ha sido una alfombra roja para la destrucción de puestos de trabajo, que la precarización del empleo ha alcanzado niveles inauditos -agravada por la ausencia de espacios de concertación social, con responsabilidades compartidas entre todos los agentes-, que el desorbitado paro juvenil le roba el futuro a buena parte de una generación, que las clases medias más vulnerables están al borde de la pobreza o que las reformas políticas sólo han contribuido a erosionar el Estado de Bienestar y a anular derechos sociolaborales, el panorama ofrece una tormenta perfecta para una eclosión social. Sin embargo, el 1 de Mayo -con convocatorias por separado ante el secular divorcio entre ELA y LAB por un lado y CCOO y UGT por otro- previsiblemente se quedará hoy en una exhibición de fuerza sindical y en una pantalla de propaganda dialéctica para próximas movilizaciones u otra huelga en Euskadi para final de mes. Los sindicatos abertzales se han enarbolado en la octava huelga general que se convoca desde el inicio de la crisis -y tres seguidas durante el pasado año- y la primera con la que se encontrará el Gobierno Urkullu, al que ELA parece empeñado en enseñar los dientes. Pero esta estrategia de confrontación permanente y sin alternativas factibles corre el riesgo de caer en el agotamiento social. Los gobiernos español y vasco deben tomar buena nota de las políticas que están arrastrando a los trabajadores al hartazgo y la desesperación, pero a su vez los sindicatos deberían aprovechar la celebración del 1 de Mayo para reflexionar sobre su papel, su cuenta de resultados ante los trabajadores, su representatividad o sobre la parte alícuota del descrédito social que la crisis, también a ellos, les está haciendo pagar.