EL grave incidente que tuvo lugar ayer a escasos metros del palacio del Quininal, donde tomaban posesión los 21 ministros del nuevo Gobierno italiano presidido por Enrico Letta, y en el que un parado desesperado abrió fuego e hirió a dos policías y una mujer embarazada, puso un lamentable colofón al no menos desconcertante arreglo político por el que el país trasalpino dispondrá al fin de un nuevo Ejecutivo, dos meses después de celebrarse las elecciones. Desde que se conocieron los resultados de los comicios, era evidente la dificultad de que algún partido o coalición lograra conformar un gobierno estable en Italia. Finalmente, un insólito acuerdo entre la izquierda moderada y la derecha del ex primer ministro Silvio Berlusconi ha sido la solución lograda por Letta, que ha conformado un gabinete equilibrado entre perfiles políticos y tecnócratas. El político del PD ha evitado, también, los extremismos entre los componentes de su equipo, probablemente para reforzar ese perfil moderado para un gobierno que será difícilmente entendido, al menos en un primer momento, por la población, y para alejarse del estrepitoso fracaso de Bersani. Evidentemente, la duda que surge, vistos los precedentes y la complicada situación política y social a la que no son ajenos los propios políticos italianos y que se ha visto incrementada por los devastadores efectos de la crisis, es si este Ejecutivo a caballo entre un gobierno de unidad y una unión de circunstancias es el adecuado para sacar al país trasalpino no solo de la recesión sino del no menos profundo abatimiento y de la fractura social. La reciente historia no impulsa al optimismo. La siniestra figura de Berlusconi, que podía haberse hundido y desaparecer de escena tras su convulsa etapa de gobierno y sus problemas con los tribunales con graves acusaciones de corrupción, vuelve a la palestra incluso reforzado. Un compañero de viaje -aunque no figure en primera línea, a buen seguro controlará los hilos de su partido y a sus fieles en el Gobierno- incómodo y peligroso para Letta, que afronta una nueva era para la política italiana con una alianza trasversal inédita desde 1957. Italia necesita abrir una etapa de reflexión, moderación y mucho diálogo que solo podrá afrontar con un gobierno sin estridencias ni mesianismos y que logre reactivar la economía y crear empleo.