vamos despacio porque vamos lejos fue (es) uno de los lemas que más comparto del movimiento de indignados que vivimos en España pero que, como explica en Redes de indignación y esperanza el profesor Manuel Castells, se ha vivido con igual o más intensidad en otras partes del globo.

Son muchos los aspectos que podría tocar incluso para hacer una sinopsis de la citada obra, puesto que se abordan las revoluciones (o evoluciones, rebeliones o simplemente protestas) que se han vivido en Túnez, Islandia, Egipto, Estados Unidos o España desde la perspectiva de los movimientos sociales. Sólo abordaré un aspecto, el del método, el de la forma de hacer las cosas. Y lo haré partiendo de la cita que más me ha llamado la atención en el libro y que, a mi entender, define la situación que vivimos a la perfección: "La confianza se desvaneció. Y la confianza es lo que cohesiona a una sociedad, al mercado y a las instituciones. Sin confianza, nada funciona. Sin confianza el contrato social se disuelve y la sociedad desaparece, transformándose en individuos a la defensiva que luchan por sobrevivir".

¿Y bien? ¿Cómo combatir esta situación? ¿Qué se puede hacer para que volvamos a confiar los unos en los otros y, de esta forma, crear el embrión de una nueva sociedad mínimamente cohesionada en torno a la solidaridad? ¿De qué forma se recompone la relación entre política y ciudadanía? ¿Hay acaso forma de hacerlo? No tengo una única respuesta para todas estas preguntas. Probablemente a todas y todos se nos ocurran un abanico de ellas, incluso muchas de ellas contradictorias entre sí. Con todas las dudas del mundo, para mí la respuesta principal, sobre la que apoyar el resto, es clara: una nueva forma de hacer política.

Hay quienes reducen esta cuestión de la nueva forma de hacer política -que para mí es de fondo- a algo meramente estético a lo que no hay que prestar mayor atención, puesto que -se dice- "la ciudadanía espera de nosotros soluciones". Y bien, ¿estamos acaso preparados, especialmente desde los partidos políticos, para ofrecer esas soluciones? ¿De dónde se van a sacar si no ha habido capacidad hasta el momento de ponerlas sobre la mesa? ¿Están preparados los mecanismos de escucha y relación con la sociedad civil organizada o no? ¿Y qué hay de los mecanismos de participación, no ya hacia los militantes, sino hacia los simpatizantes o votantes?

Lo fundamental es una nueva forma de hacer las cosas. Y es a esta cuestión a la que el profesor Castells da suma importancia en el cierre del libro sobre el que anclo mi reflexión: "El instrumento determina la función. Sólo una política democrática puede garantizar una economía que funcione como si la gente importara, y una sociedad al servicio de los valores humanos y la búsqueda de la felicidad personal. Una y otra vez, los movimientos sociales en red de todo el mundo han pedido una nueva forma de democracia (...). Desde el abismo de la desesperación han surgido (...) un sueño y un proyecto: reinventar la democracia, encontrar formas de que la gente gestione colectivamente su vida de acuerdo con los principios democráticos compartidos (...)".

En otro pasaje dedicado al movimiento de indignados en España ya adelantaba que el proceso es el mensaje. Y el proceso es engorroso, por supuesto. La democracia, la participación, la dación de cuentas son engorrosas, sí. Pero son los peajes que hay que pagar para dar la vuelta a esta situación y reconstruir una democracia dotada de legitimidad y basada en un nuevo contrato social que tenga como eje la transparencia, que es también muy engorrosa. De ahí que me guste el lema que da título a este artículo.