LA renuncia de Benedicto XVI al Pontificado cumplió con uno de los requisitos de toda noticia: algo insólito. De expectante y por sorpresa fue calificada esta ya histórica renuncia por todos los medios de masas. Pero no deja de sorprender el escueto titular del periódico del Vaticano L'Osservatore Romano: "Benedicto XVI deja el Pontificado", así de lacónico es el titular del periódico oficial de la Santa Sede.
Los comentarios de los diversos periódicos del mundo parten en esta inesperada noticia desde la lucha por el poder en el Vaticano hasta la soledad del Papa Ratzinger a lo largo de sus siete años y medio en la silla de Pedro. ¿Aciertan los intérpretes de este hecho histórico cuando encuadran y mantienen al Papa alemán en esa tormenta o en esos vientos desatados por el poder dentro del estrecho y minúsculo Estado del Vaticano? Interpretar a un Papa tan razonador y tan amante de la verdad como Benedicto XVI con criterios tan políticos y tan de otras esferas no deja de ser una equivocación o una interpretación tendenciosa y alejada del espíritu de un Papa distinguido por su espíritu evangélico de la verdad.
Es posible y hasta real que el Papa Ratzinger haya tenido que soportar y sufrir el escándalo de la pederastia. También se trae a colación el lapsus del Papa en su discurso de Ratisbona al dar su interpretación sobre el islam y la reacción hostil del mundo musulmán, y en esta panorámica de sombras del Pontífice poco amigo de reformas o de cambios de rumbo de la Iglesia posconciliar se recuerdan su regreso a la liturgia de la misa en latín, haber levantado la excomunión que pesaba sobre los lefebvianos de la extrema derecha francesa y su viaje a África para clamar contra los preservativos en un continente castigado por el sida. Todas estas actuaciones y enseñanzas de Benedicto XVI constituyen para el hombre actual, y mucho más para la prensa, motivos de distanciamiento de un Papa alejado del mundo y de sus preocupaciones, encasillado en sus pensamientos ortodoxos y en su aislamiento.
Pero cabe hacerse la pregunta después de la sorpresa de la inesperada renuncia: ¿es así el Papa Benedicto o estas interpretaciones son su caricatura que desfigura su personalidad? Cuando el mismo Papa ha declarado con una humildad y sinceridad tan inequívocas: "He de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado", habrá que otorgarle no el beneficio de la duda, sino de su honradez y honestidad. La Iglesia exige un vigor del que él carece, y desde esta declaración sobre su renuncia su decisión se ha iluminado con la luz de la humildad.
Benedicto XVI pasará a la historia de la Iglesia como un Papa ad intra, es decir, hacia dentro de la interioridad del espíritu o hacia las conciencias. Hasta los no adictos a la religión o no creyentes han podido entender que Joseph Ratzinger es "un teólogo, un intelectual riguroso difícil de etiquetar con simpleza". Si las fuerzas físicas le han abandonado, como él mismo ha dicho, las fuerzas de su interior no le han abandonado nunca. Ha ejercido un magisterio puesto en el seguimiento a la verdad, según él la ha interpretado desde sus convencimientos personales.
Los que le han discutido o le han echado en cara su adhesión y fijeza hacia posiciones o posicionamientos casi preconciliares y su distanciamiento y hasta oposición hacia la Teología de la Liberación y sus seguidores tal vez tengan que reconocer ahora que este gesto histórico, al ser el cuarto Papa de la historia que renuncia al Papado, es un gesto de dignidad y de libertad que lo encumbra y lo eleva a la categoría de un Papa coherente. El Papa que abandona libremente la Sede del Vaticano es un hombre honesto con Dios y con su conciencia.