Después de todo el camino andado a lo largo de estos años para demostrar la validez de las encuestas, una tormenta social perfecta parece querer borrar de un plumazo una innegable herramienta cuya validez está más que probada y huelga su defensa. ¿Acaso alguien pone en cuestión a la medicina porque ha fallecido un paciente al que un equipo de médicos trataba? ¿Acaso se tira por tierra la aeronáutica porque una aeronave se caiga? ¿Acaso se denosta a la ingeniería porque un puente se ha derrumbado? ¿Acaso se duda de la eficacia de la meteorología porque haya errado un pronóstico?

Más bien habrá que investigar, como se investigan los casos arriba expuestos, cuáles son las causas de semejantes casos aislados para que no se vuelva a tropezar en la misma piedra.

¿Qué es lo que ha pasado para que esta vez -en el caso de las elecciones catalanas- todas las encuestas publicadas, no digo ya acertar, sino que ni siquiera hayan intuido el movimiento social que ha hecho posible unos resultados tan poco esperados por todos? Como siempre varios son los factores.

El principal, que la situación de la sociedad catalana en 2012 para nada se parece a la situación de las nueve elecciones anteriores. No es que haya mutado la población, no; lo que hay es una sociedad en total efervescencia, una población que ya en 2010 se enfrentó a unas elecciones complicadas, después de un muy mal gobierno tripartito que dejó al país en la ruina. No sólo eso, sino que el gobierno tuvo que, por esos motivos económicos, recortar como nadie lo ha hecho en todo el Estado y además sin ninguna claridad sobre si esos recortes serían sólo el comienzo de otros.

A esto se le añade una movilización social que ya venía de lejos por o contra la inmigración tan numerosa que soporta Catalunya. Y junto a esto otros movimientos sociales fuertes como el 15M en contra de la clase política, o los stop desahucios, añadiendo, desde el 11 de septiembre, una macromovilización espontánea a favor de una independencia que por lo visto tiene más condicionamientos económicos que sentimentales.

Todo esto, además de una enjundiosa acción de gobierno tripartito anterior, es fruto de la mega-crisis que soporta Catalunya, con muy pocos visos de superarla en el corto o medio plazo, que hace que la sociedad estalle y que la marejada social sea, además de grande, única en estos últimos 35 años.

Otro aspecto también social, pero rayando lo político, es el susto al que Artur Mas sometió a su población adelantando las elecciones al grito de independencia cuando CiU nunca había sido un partido independentista activo, sino más bien un partido que a través del bienestar y la diferencia busca su no dependencia de un Estado como el español. De repente, a una sociedad ya absolutamente movilizada, agitada e indignada con la situación socio-económica-política, se le dice que se disuelve su gobierno para votar a favor o en contra de la independencia. El despiste es ya brutal.

Y como tercer ingrediente del desaguisado demoscópico está el recorte económico que también sufrimos las empresas del sector. Es curioso observar cómo, salvo en un caso, todas los demás estudios realizados tienen muestras de menos de 1.200 encuestas. Este número de encuestas para cuatro circunscripciones se antoja extremadamente justo, cuando además se descubre que había un enorme volumen de indecisos, dispuestos a votar pero sin saber muy bien a quién. Ese porcentaje era nada más y nada menos que del 30% cuando, por ejemplo, en las últimas elecciones vascas la última semana era del 8%.

Ante toda esta situación absolutamente excepcional, como ha quedado reflejado en las urnas con una participación récord y casi todos los partidos en sus límites históricos más altos -ERC, PP, ICV, C'S y CUP- y en el límite más bajo CiU y PSC, ni los métodos tradicionales de modelización, ni las muestras, ni los periodos de encuestación, ni los presupuestos, ni posiblemente las técnicas tradicionales utilizadas para analizar la evolución del voto, han sido suficientes.

No obstante y aunque me haya dejado muchas incógnitas sin despejar, yo pondría el ojo en el siguiente dato: A cinco semanas de las elecciones, las encuestas daban a CiU 69 parlamentarios, mayoría absoluta. A tres semanas de la jornada electoral daban ya 66, es decir, una caída de 3 parlamentarios en 15 días, comparando encuesta con encuesta. A dos semanas de las elecciones, los sondeos le otorgaban ya 62, es decir otros 4 menos y en sólo 7 días. Y la última encuesta, a 5 días de las elecciones (ésta ya no pública, pero créanme si les digo que existe) daba únicamente 57 parlamentarios, es decir, perdían otros 5 parlamentarios en sólo 6 días. Una verdadera hemorragia que acabó, como todos sabemos, en 50.

Se suele decir que no hay mayor ciego que el que no quiere ver y estas series de encuestas marcaban claramente una tendencia que se cumplió. Alguien sí fue consciente de estos datos y decidió no hacerlos públicos porque pensó que podían intensificar la caída y dar fuerza al contrario. Pero, una vez más, los sondeos de opinión, así como las estimaciones de voto, con todas las dificultades de una situación excepcional y sin ser capaces de atinar como otras veces, marcaron claramente la tendencia que la sociedad, posiblemente sin saberlo, iba a destapar. Un hecho muy pocas veces acontecido, que pasará a los anales de la historia de la sociología electoral y que tenemos el privilegio de haber vivido, como es pasar de la posibilidad de lograr 69 escaños a 5 semanas de las elecciones, al vértigo de tener 57 cuando faltaban 4 días, y finalmente concluir con 50.