escribo este artículo antes de conocer el resultado de la reunión entre el Gobierno del PP y el PSOE para atajar el drama de los desahucios. Ya veremos cómo palían una amenaza que se adivinaba latente para todos y que se ha revelado en brutal y grotesca condena explícita a medida que M. (Hospitalet), un joven del que no se reveló su nombre en Gran Canaria, Isabel (Málaga), Miguel Ángel (Granada) y Amaia (Barakaldo) decidían quitarse la vida ante la angustia, la impotencia y la humillación de quedarse sin un techo donde cobijarse. Estas cinco personas me recuerdan a Mohamed Bouazizi, el joven que se inmoló a lo bonzo en Túnez encendiendo de paso la chispa que dio pie a la primavera árabe que ha derumbado varios regímenes y gobiernos. La Historia nos dice que la mayoría de las veces no hay revoluciones o cambios significativos en el sistema sin derramamiento de sangre, bien guerras, bien revueltas, bien sacrificios cargados de simbolismo como puede ser el caso de un suicidio. En todas las ocasiones, la indignación popular responde a la incapacidad de los dirigentes para solucionar los problemas de la gente. Lo peor que les puede pasar a los políticos es que lleguemos a la conclusión de que sirven a otros intereses que no son los nuestros o, simplemente, que son unos inútiles. El anuncio apresurado de los bancos anunciando moratorias suena a insuficiente y tardío lavado de cara. Y huele a miedo por lo que pueda venir. Ellos no lo han arreglado cuando podían hacerlo. Ya no les toca buscar soluciones, sino acatar órdenes en forma de leyes.
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