OTRA Semana Santa más a las espaldas. No sé si serán de procesiones religiosas o de las de las carreteras. Yo sucumbo generalmente a la penitencia televisiva. Porque, admitámoslo, la Semana Santa no sería lo mismo sin el habitual rosario -jeje- de pelis de romanos. En mi caso, lo confieso, o recibo mi ración anual de Quo vadis?, Peter Ustinov lira en mano, o me falta algo. Que por mí como si eliminan del metraje la chapa de Marco Vinicio y Ligia -que lo único que se salva es el amigo Ursus y más que nada porque cada vez que lo veo se me activa algún resorte temporal y recuerdo una parodia de Martes y Trece-, pero a ese Petronio implorando con mucha mala baba en su hora postrera a Nerón -"mutila a tus súbditos si ése es tu gusto pero, con mi ultimo aliento, te pido que no mutiles las artes"- me parece que sólo lo supera un Ustinov desbordante -"oh, llama voraz, oh, terrible deidad"- y aterrorizado ante la fiel Actea -"has vivido como un monstruo, muere como un emperador"-. Este año me ha faltado Espartaco. La buena, la de Kirk Douglas, la de las ostras y los caracoles. No los sucedáneos más o menos ambiciosos que han querido colarnos. Me aburre, qué le voy a hacer, Ben-Hur. Más de tres horas de película para la, eso sí, magnífica carrera de cuádrigas, pues no. Aunque creo que tiene que ver también con que Charlton Heston me cae tirando a mal. Por eso en Los diez mandamientos yo voy con el faraón. Liberaciones de pueblos oprimidos al margen, si hay que elegir, yo me quedo con Yul Brynner.
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